Gallega de
nacimiento y toledana de adopción, a mis casi cuarenta años he vivido la mitad de mi vida en Gondomar, un pequeño pueblecito situado al suroeste de la provincia de Pontevedra e integrado en el
Área Metropolitana de Vigo. Forma parte de la comarca histórica del Valle Miñor, muy cerca de la frontera con Portugal. Desde los veinte años vivo en Toledo, adoptada por mis vecinos y enamorada
de mi familia, de la cultura y de la historia de esta mágica ciudad.
Creo que empecé
a correr antes de aprender a caminar; pero no fue hasta los 14 años cuando un entrenador me vio en una carrera escolar y me llevó a entrenar con él y su grupo.
He
tenido la gran suerte de que ese entrenador, Julio Rodríguez (entrenador de Alejandro Gómez) se cruzara en mi camino y, de su mano, aprendí a amar este deporte y desde el principio nos enseñó que
con esfuerzo, trabajo y disciplina se podía llegar muy lejos. Luego, de la mano de Alfonso Ortega seguí trabajando y aprendiendo hasta llegar a Julio, mi suegro, quien me enseñó que el cuerpo
humano no tiene limite y que mi meta la pondría yo misma.
De joven solían decirme que mi
genética, mis condiciones naturales para correr eran muy buenas para las pruebas de fondo, probablemente tenían razón. Ahora soy yo la que veo, la que identifico a un niño con talento, lo hago
con la misma sabiduría, la experiencia y los conocimientos que con el tiempo he ido adquiriendo, al igual que en el pasado hacían conmigo.
Me gusta definirme
con estos tres adjetivos:
-Trabajadora,
soñadora y decidida.
Durante mi carrera
deportiva he tenido la suerte de conocer a muchas personas, de tratar de “tú a tú” con muchos de mis ídolos, de hecho, uno de mis ídolos se ha convertido en mi compañero de viaje, juntos nos
hemos puesto en la línea de salida de la carrera de fondo más apasionante que existe, y es que Julio además de ganar carreras, conseguir grandes marcas, fue poseedor del récord de España de
maratón, es mi marido, el padre de mis hijos y el culpable de mi pasión por las carreras de larga distancia.
En 2003, además
de casarme, decidí hacer un alto en el camino para ser madre y formar una familia.
La maternidad
ha cambiado mi manera de ver la vida, ahora soy más madura, más fuerte y valoro mucho más todo lo que hago o lo que consigo, porque a través del deporte estoy enseñando a mis hijos un montón de
valores que les van a ayudar a ser mejores personas y a trabajar duro para conseguir lo que se propongan, no me resulta sencillo compaginar entrenamientos, trabajo y vida familiar, pero para ello
cuento con la ayuda de los abuelos; los héroes de este siglo.
Al principio la
gente me decía que si estaba loca: ¡correr con tres hijos!, pero yo no quería solo correr, quería competir, y ahí mi suegro me apoyó mucho. Mi objetivo era muy simple: seguir transmitiendo a los
niños esa pasión por el deporte y esa escuela de valores que te da el deporte: ayudar a superarse, a trabajar para conseguir las cosas”
Antes de ser madre veía el deporte
como algo en lo que siempre tenía tiempo: si me salía mal me decía que no pasaba nada. Después de ser madre, todo cambió, me cargaba de mucha presión, el primer año lo pasé fatal , porque creía
que ese tiempo que dedicaba a correr lo restaba de estar con mis hijos y me exigía demasiado, tanto que ese nivel de exigencia me dejaba paralizada. Entrenaba muy bien pero me ponía muy nerviosa
cuando competía. Me tocó pelear mucho con mi mente para cambiar mis pensamientos y poder disfrutar”
He tenido muchos y muy grandes
momentos inolvidables a lo largo de mi carrera deportiva, mil batallas pero por no aburriros, os voy a describir solo dos. Lis Juegos Olímpicos y el maratón de Madrid.
De los Juegos
Olímpicos de Londres 2012 me llevo una experiencia inolvidable, un sueño cumplido. Desde niños todos los deportistas soñamos con ser Olímpicos, algo al alcance de muy pocos. Ser tú una de esas
personas agraciadas es increíble, y más increíble y maravilloso es tener la oportunidad de disfrutarlo junto a tus hijos. Creo que jamás hubiese imaginado tanta felicidad.
Tras ganar el
Maratón de Madrid 2013
sentí que toda una vida de trabajo,
una vida de sacrificios, una vida viviendo por y para el deporte me estaba devolviendo todo lo que yo había sacrificado para perseguir sueños.
Detrás de una
vida dedicada al deporte sin duda alguna, el mejor instante ha sido la llegada de los Juegos Olímpicos, exhausta, vacía, dolorida pero muy feliz, estaba sin fuerza para dar un paso más, ponerme
en pie o abrazar a mi marido, mis hijos, mi entrenador y el resto de familia y amigos que me esperaban tras la línea de meta.
Muchos me preguntan hasta cuando voy a seguir corriendo y siempre respondo lo mismo:
“El final estará donde mi imaginación llegue y hasta que la
ilusión se me termine”